De un Cura de a pie y ahora descalzo

Pbro. Rigoberto Beltrán, Colaborador del Periódico “El Ciudadano” …

Quiero interpretar el evento de la pasada Asamblea Sacerdotal como una manifestación clara del Espíritu Santo, donde pide a gritos una inicial conversión colectiva del clero de la Diócesis de Morelia.

Lo que estaba sucediendo pasó de una conversación en pequeños grupos constante y casi al oído, donde se expresaba la necesidad apremiante de un diálogo entre el Pastor y su presbiterio. Se llevó a cabo finalmente en una Asamblea. En este tipo de eventos es normal que se incluyan los candados, los cedazos, lo cual desde luego se manejó y no todo lo que se decía, se dijo. Nosotros, el clero, no nos distinguimos por expresarnos en este tipo de eventos “sin pelos en la lengua”.

El Obispo y su equipo de pastores se mantuvieron en una escucha aprensiva; la asamblea acudió sorpresivamente en gran cantidad, pero menor si la comparamos con los asistentes a la primera convocatoria.

El preámbulo de la Asamblea fue largo, parecía que nos resistíamos a que llegara el diálogo. Finalmente se dio el encuentro, aunque a medias. En la participación de los “escogidos” hubo quien, en su minuto y medio, con precisión y decisión compartió, lo que iba al asunto; otros desgraciadamente solo se acercaron a lugares comunes. Eran momentos “sagrados” que se perdían… Ahí estaba el Arzobispo, su equipo de Obispos, el Cardenal y nosotros. El proceso no nos acercaba a destrabar la trabazón. En días anteriores vivimos en la Iglesia la Asamblea especial para la región Panamazónica donde la realidad del lugar: pluriétnica, pluricultural y pluri-religiosa, con la multiplicidad de interlocutores, en fin, muchas personas de buena voluntad que buscan la defensa de la vida, la integridad de la creación, la paz y el bien común se reunieron finalmente para construir caminos de encuentro y de esperanza para demandar una actitud de diálogo abierto. Este hecho tenía que habernos inspirado, habernos contagiado. Ahí estaba el Papa Francisco sumando aires frescos de aliento que anunciaban nuevos ciclos para la Iglesia.

Nosotros nos encontrábamos a punto de entrar a la vivencia de una Iglesia sinodal: a seguir juntos en el camino del Señor, reunirnos en la Asamblea y en la participación activa de todos sus miembros porque este es el modo de ser de la Iglesia primitiva, el estado de vida del Concilio Vaticano II, la experiencia de los doce en Jerusalén.

El parto venia difícil, pero se inició: el clericalismo enquistado; el individualismo en la pastoral parroquial; facilitar el protagonismo laical; vicarios episcopales, o vicarios o párrocos; la difícil tarea de una administración sana, a la vista y planificada; un seminario abierto de par en par. Faltó la curia, se notó el silencio de los religiosos, no brotó el espontaneo que al margen de lo previsto se levantara y hablara… creo que aún no llegamos a eso.

¿Apostaremos a una identidad diocesana con discernimiento comunitario, audacia evangélica y espíritu sinodal? El tiempo lo responderá.

El Papa Francisco puede imprimirle un nuevo ciclo a la Iglesia

La Iglesia requiere de un mayor acercamiento con el pueblo