LA PAZ, UTOPÍA CREÍBLE.

Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas, Colaborador del Periódico Digital “El Ciudadano”.

Ante la violencia de cualquier sabor, origen, autor y protagonista debemos luchar por construir la paz. Comparto algunos textos de la Doctrina Social de la Iglesia sobre esta realidad:

“Constituye un signo de esperanza el hecho que hoy las religiones y las culturas  manifiesten disponibilidad al diálogo y adviertan de la urgencia de unir los propios esfuerzos  para favorecer la justicia, la fraternidad, la paz y el crecimiento  de la persona humana”. (N° 12 Compendio de la DSI).

La Iglesia busca con su doctrina social, “proponer a todos los hombres su humanismo a la altura del designio del amor de Dios sobre la historia, un humanismo integral y solidario que pueda animar un nuevo orden social, económico y político fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana que actúa en la paz, la justicia y la solidaridad”… (L.G. 1)(19 Compendio).

Entre evangelización y promoción humana existen vínculos profundos: vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar  no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad; en efecto, ¿Cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? (E.N 31).

“…Es completamente insuprimible la aspiración de los individuos y de los pueblos al inestimable bien de la paz (Mt. 5,9), encuentra en los hombres de nuestro tiempo una nueva y significativa resonancia: para que vengan la paz y la justicia, enteras poblaciones viven, sufren y trabajan.

La participación de tantas personas y grupos en la vida social es hoy el camino más recorrido para que la paz anhelada se haga realidad. En este camino encontramos tantos fieles laicos que se han empeñado generosamente en el campo social y político, y de los modos más diversos, sean institucionales o bien de asistencia voluntaria y de servicio a los necesitados.” (Ch. L. 6).

“Constructores de su propio desarrollo, los pueblos son los primeros responsables de él. Pero no lo realizarán en el aislamiento. Los acuerdos regionales entre los pueblos débiles a fin de sostenerse mutuamente, los acuerdos más amplios para venir en su ayuda, las convicciones más ambiciosas entre unos y otros para establecer programas concertados, son los jalones de intercambio del desarrollo que conduce a la paz” (P.P.77).

El ejercicio de la solidaridad dentro de cada sociedad es válido solo cuando sus miembros se reconocen unos a otros como personas. Los que cuentan más al disponer de una porción mayor de bienes y servicios comunes, han de sentirse responsables de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos lo que poseen. Estos, por su parte, en la misma línea de la solidaridad, no deben adoptar una actitud meramente pasiva o destructiva del tejido social y, aunque revindicando sus legítimos derechos, han de realizar lo que les corresponde para el bien de todos. Por su parte los grupos intermedios no han de insistir egoístamente en sus intereses particulares, sino que deben respetar los intereses de los demás.

Como han dicho los Padres Sinodales, “la sensibilidad de la juventud percibe profundamente los valores de la justicia, de la no violencia y de la paz. Su corazón está abierto a la fraternidad, a la amistad y a la solidaridad. Se movilizan al máximo por las causas que afectan a la calidad de vida y a la conservación de la naturaleza”. (Ch. L. 46).

Es posible, es tarea, es obligación, es vocación humanista y de fe cristiana la construcción permanente de la paz.  Seamos obreros de ella.

 

La Iglesia pugna por la paz en todas sus formas

El hombre debe vivir en paz, es un derecho