Ernesto Cardenal

 

Rigoberto Beltrán Vargas,

Colaborador del Periódico “El Ciudadano”

Nicaragua, país hermano, atraviesa su peor crisis política desde que Daniel Ortega retomó la Presidencia en 2007. Desde mediados de abril pasado, miles han salido a las calles a protestar contra lo que consideran una “dictadura familiar” de Ortega y su  esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. Según grupos humanitarios, la violencia en las manifestaciones ha provocado 325 muertos, 750 detenidos y miles de exiliados.

Así las cosas. En días pasados, la Nunciatura Apostólica en Nicaragua colocó sobre el cuerpo enfermo del sacerdote Ernesto Cardenal de 94 años, una estola verde en señal de su recuperación al estado clerical por la rehabilitación hecha por el Papa Francisco, tras más de 30 años de suspensión por su militancia política.

Poeta, literato, ensayista, militante político, luchador social, defensor de los derechos humanos, pilar de la teología de la liberación, nace el 20 de enero de 1925, en Granada, Nicaragua. En 1943 viaja a México  donde cursa filosofía y letras en la Universidad Nacional Autónoma y publica sus primeros poemas en algunas revistas. Al regreso de su viaje  por Europa  funda una librería  selecta,  lugar de reunión y tertulia para opositores al régimen de  Somoza; ingresa a un monasterio trapense en Kentucky. Se ordena sacerdote (1965) en Managua y funda la comunidad contemplativa de la Abadía de Solentiname, que se convirtió en  un poderoso foco cultural, religioso y político. Ahí tengo el gran gusto de conocerle y apreciarle. Se integra al Frente Sandinista de Liberación  Nacional (FSLN) y con  el triunfo  de la revolución es nombrado Ministro de Cultura del nuevo régimen.

Sus obras literarias son innumerables como sus distinciones y premios, solo citamos por el espacio corto que desde 2010, es miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.

En resumen, el Sacerdote Ernesto Cardenal ha continuado fiel a su compromiso social, político y religioso a sus 94 años. Lo leemos, saboreamos sus letras y ojalá imitáramos su testimonio.

 

Yo quiero otro país. 

Debemos hacer aquí un país.

Estamos a la entrada de una tierra prometida

que emana leche y miel como una mujer.

 De esta tierra es mi canto,mi poesía.

Pero todavía están las encomiendas

y cuando suena la campana en la bolsa de Nueva York,

algo que vos no sabes, hermano, te han quitado.

 Sandino decía a los campesinos: “algún día triunfaremos” y,

si yo no lo veo, las hormiguitas vendrán a contármelo bajo la tierra.

 Las cosas son importantes, pero más son las personas.

Hay tanto maíz que sembrar.

Tanto niño que instruir, tanto enfermo que curar, tanto amor que realizar.

Tanto canto…

Yo canto a un país que va a nacer.