Amo el amor y odio el odio

Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas, Colaborador del Periódico “El Ciudadano”…

La indignación contra los feminicidios  -87 mil mujeres asesinadas en el mundo  en 2017,  la mitad  ellas por conocidos, según la Organización  de Naciones Unidas (ONU)-, ha ido en aumento en semanas recientes en varios países y los llamados  para que se produzca un cambio se han multiplicado.

Decenas de miles de mujeres marcharon en las principales ciudades de Latinoamérica, el Caribe,  Europa, Asia y África para exigir un alto a la violencia de género y a los feminicidios en el marco del “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer” (lunes 25 de noviembre).

Cientos de mujeres marcharon por la capital de El Salvador, país del continente con la tasa más alta de feminicidios y el más violento de la región contra las mujeres, seguido por Honduras, Guatemala y República Dominicana.

Un total de 21 mil 113 quejas fueron calificadas por la Comisión de Derechos Humanos, solo en la ciudad de México de “presuntamente violatorias a los Derechos Humanos de las mujeres de 2013 a 2018”.

La desigualdad entre sexos ha derivado en la violencia de género que es un mecanismo socialmente aceptado para “perpetuar” la dominación sobre las mujeres, mediante el uso de la fuerza y el abuso del poder, lo cual se traduce en una violencia física, psicológica, sexual, económica y patrimonial. Este fenómeno socio-cultural nos da la oportunidad de introducirnos a la enseñanza de la Iglesia y de Jesús al respecto.

El Documento “Gaudium Et Spes” (GS) del Concilio Vaticano II nos enseñó que “…toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino.  En verdad es lamentable que los derechos fundamentales de la persona no estén todavía protegidos en la forma de vida  por todas partes… (G.S. 29)”. El Documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrada en 2007 en Aparecida, Brasil, expresa que “es una contradicción dolorosa que el continente de mayor número de católicos sea también el de mayor inequidad social”.

Existe hoy una renovada y universal adquisición de conciencia de la igual dignidad del hombre y de la mujer: “las situaciones de desigualdad en las que se ven sumidas amplias capas de nuestras sociedades claman al cielo. Así ha quedado expresado en la primera parte de este Documento. Los obispos latinoamericanos y caribeños han afirmado que “todo atropello a la dignidad del hombre es un atropello contra Dios mismo de quien es imagen”. (Puebla 1979 N. 306; Ecclesia In América N. 57”).

La Sagrada Escritura en un contexto  adverso que propiciaba o al menos toleraba la desigualdad es clara al enseñar que creados, creadas “a imagen y semejanza de Dios”, hombres y mujeres, son iguales en dignidad y entre ellos no existen jerarquías que posicionen a uno sobre el otro.

Jesús inmerso en la cultura de su época, sin embargo, no siguió sus cánones. Sus actitudes hacia las mujeres sorprendieron a sus seguidores y a sus detractores. A sus discípulos cuando lo ven conversando a plena luz con una samaritana. A los fariseos cuando perdona a la mujer que le lava los pies con sus lágrimas de arrepentimiento. A los ancianos cuando se retiran sin tirar la primera piedra…

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