Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas,
Colaborador del Periódico “El Ciudadano”
Cansado de esperar en Matamoros la oportunidad para solicitar asilo político a las autoridades de Estados Unidos, el pasado domingo 23 por la tarde el migrante salvadoreños Oscar Alberto Martínez Ramírez y su hija Valeria de un año y 11 meses, murieron ahogados en el Rio Bravo al intentar cruzar la frontera e ingresar a Brownsville, Texas.
A finales de mayo el número de solicitudes era de alrededor de 2 mil y una multitud de extranjeros: nicaragüenses, cubanos, brasileños, rodeaba el Puente Viejo y Puerta México, en espera de ser llamados por oficiales de inmigración de Estados Unidos y así poder presentar su solicitud de asilo político. A finales de mayo, el número de solicitudes era de 2 mil y los agentes concedían un promedio de 3 citas a la semana, todo en condiciones de hambre y de asinamiento y de temperaturas de hasta 45 grados centígrados.
En los últimos 5 años la frontera entre México y Estados Unidos se ha vuelto más peligrosa para las personas en situación de movilidad, de acuerdo con un reporte de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Los registros vertidos en el texto “Viajes Fatales” del Centro de Análisis de Datos de OIM muestran que desde 2014, el número de muertes en la zona fronteriza entre los Estados Unidos y México se ha incrementado cada año hasta sumar mil 907 durante ese lustro: los decesos ocurren, en su mayoría, del lado estadunidense con 1 mil 66 de los casos (87 por ciento).
El viernes 28 pasado, el Obispo de la Diócesis de el Paso, Texas, Mark Seitz, de 65 años tomó de la mano a Secia Palma, de nueve años, caminó por el puente internacional Santa Fe; la niña era migrante hondureña que salió hace tres meses con su familia desde una colonia enferma de violencia en Tegucigalpa. Los abuelos maternos de la menor fueron asesinados por pandilleros. Poco antes de ser retenido leyó en español e inglés un duro mensaje dirigido no solo al gobierno de Estados Unidos sino a la sociedad estadunidense en general. En lo que presentó como un diagnóstico del alma de su país, señaló:” (Tenemos) un gobierno y una sociedad que ven como amenaza a niños y familias que huyen; un gobierno que trata a los niños bajo su custodia peor que a los animales; un gobierno y una sociedad que dan la espalda a las madres embarazadas, a los bebés, y los hacen esperar en Ciudad Juárez sin pensar en las complicadas consecuencias de esta desafiante ciudad”.
“Estados Unidos sufre, continuó el obispo, un caso de endurecimiento del corazón que amenaza la vida… Si hablan otro idioma o son morenos o son indígenas, pues así es más fácil despreciarlos. ¿Por qué no podemos ponernos en sus zapatos? Hemos decidido que son extranjeros e ilegales; creemos que estos padres simplemente no tienen derecho a salvar a sus hijos de la violencia o de la desnutrición, no tienen derecho a un trabajo ni a mantener a sus familias…”.
Y la pregunta, obligada, es: ¿Cuándo terminará el calvario de los migrantes en el mundo, no sólo en la frontera de México y Estados Unidos?.
Oscar y Valeria murieron en la búsqueda de una vida mejor
La política antimigrante de EU afecta a miles de familias del continente