Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas, Colaborador del Periódico “El Ciudadano”…
La COP 25 sobre cambio climático que se acaba de realizar en Madrid, España (2 al 13 de diciembre), fue un fracaso, pese a la abundancia de evidencia sobre el desastre climático y a las multitudinarias manifestaciones por todo el mundo.
La actitud de gobiernos y empresas hasta ahora no manifiestan haber llegado a decisiones operativas y urgentes que lleven consigo un verdadero y urgente cambio. Antonio Guterres, secretario general de la Naciones Unidas, admitió su frustración: “Estoy decepcionado con los resultados, la comunidad internacional perdió una oportunidad para mostrar mayor ambición…, pero no debemos rendirnos”.
En México esperemos no compartir la política de la avestruz ante el cambio climático, justificando una y otra vez que la lucha sobre el medio ambiente es una preocupación del “primer mundo”, nosotros aquí, tenemos asuntos más importantes. Además, ¿para qué invertir en evitar las emisiones, en investigación científica?. Trabajar el medio ambiente es tema “fifí”, un lujo frívolo que no podemos concedernos. En la pastoral diocesana, ¿seremos parte de esta manera de reaccionar?.
La iglesia dirigida por el Papa Francisco abraza la ecología. Se conecta con las demandas de la actual generación de jóvenes. Los padres del sínodo Amazónico llaman a contener la depredación y efectos devastadores de las industrias trasnacionales extractivas de minerales, petróleo, energía, madera y agua. El sínodo enfatizó los derechos humanos de los 3 millones de indígenas que habitan en dichas regiones en condiciones infra humanas, cuyas culturas son despreciadas y así integró una visión para atención a la ecología integral: ambiental, económica, social, cultural, de la vida cotidiana y una educación y espiritualidad ecológica.
Las consecuencias de los embates climáticos son visibles a primera vista: las temperaturas han aumentado en ciertas partes del mundo, las sequias son más prolongadas y las tormentas más fuertes y frecuentes en zonas que ya son vulnerables y poseen recursos limitados para enfrentarlas.
Ante esto, se habla de reciclar, reutilizar, no desperdiciar, utilizar la bicicleta… y una larga lista de acciones que en el ámbito del cuidado común ayudan. Sin embargo, el ritmo de emisión de gases va más allá de acciones individuales. Se requiere una trasformación colectiva y urgente.
Hoy se habla de respuestas basadas en nuestro entorno. La tierra que está debajo de nuestros pies posee un inmenso potencial restaurador que puede mitigar significativamente las emisiones excesivas que han acelerado el cambio climático; es posible recuperar tierras degradadas con un impacto planetario intenso, que se puede hacer con nuevos bosques donde antes no los había o donde se perdieron, regeneración natural asistida, plantaciones forestales, pastizales o combinación de estas y otras opciones menos obvias como regenerar suelos o humedades. Pero se requiere esfuerzo y coordinación internacional para adoptar medidas obligatorias para revertir, mitigar o frenar las consecuencias del cambio climático.
Materializar este plan requiere de 20 años, recursos financieros, humanos y mística para que la comunidad internacional pueda repensar el modelo de crecimiento, de desarrollo que nos ha llevado a esta crisis global. Hagamos lo imposible.
Para proteger al planeta deben aplicarse nuevas formas de energía
Las actuales generaciones deben dejar un mundo mejor a las siguientes