Rigoberto Beltrán Vargas,
Colaborador del Periódico “El Ciudadano”
Por tratarse de un sacerdote de un país hermano como es Chile, donde la Iglesia Católica ha venido viviendo una seria crisis institucional en los últimos años por el fenómeno de la pederastia y habiendo sido elegido superior general -por primera vez sucede con un chileno-, de la rama masculina de los Sagrados Corazones (SSCC) -esta Congregación nació en Francia hace 218 años-, me parece atinado compartir su punto de vista sobre la situación de la iglesia en esa nación.
Tomo algunos párrafos de una entrevista que le hizo Escárate Cortéz de la Revista Mensaje (No. 675, diciembre pasado). Refiriéndose a su vocación, dice: “Quería ser como los Padres Franceses de Viña del Mar; encontré que era gente normal, interesada por lo que estaba sucediendo, por lo que pasaba en el país. No eran piadosos restringidos. Era gente capaz de expresar afecto, de enojarse, de pedir perdón”.
A la pregunta: ¿Por qué aceptaste esta responsabilidad?. “Creo que estamos en un momento, no solo en Chile, en el que se nos llama a imaginar nuevas formas de ser Iglesia y donde curiosamente, la llegada de Francisco en el 2013 da más legitimidad a ciertas instituciones que la Iglesia Latinoamericana que ha estado trabajando hace mucho tiempo y que ahora en la voz del Papa adquiere una carta de ciudadanía universal”
¿A qué Iglesia te refieres?. “A una Iglesia con más sabor evangélico. Sobre todo con una mayor cercanía a los invisibles, a los marginalizados, a los pobres. Por ahí es donde está nuestra salvación”.
Todos los años venía a Chile y cada vez se encontraba con un país más cambiado, “más crítico, con mayor poder de consumo, mucho más plural”. Entonces pensaba: “como ha cambiado Chile… ¡y nosotros seguimos haciendo lo mismo!”.
A su juicio, la crisis de la Iglesia debía venir desde fuera para hacernos mirar lo que ocurría adentro. “Principalmente de las víctimas que empezaron a cobrar una voz cada vez más fuerte, que denuncian hechos no aislados, sino que corresponden a un patrón de conducta cultural protegido por la Iglesia”.
Dice no estar convencido de que estamos dimensionando la gravedad de los hechos: “Ver como normales cosas inaceptables”… “no estamos asumiendo verdaderamente la envergadura del cambio que esto va a suponer en nuestros modos de relación, de nominación de obispo, en nuestra relación con las personas como interlocutoras y no como gente que tiene que escucharnos, en nuestras exigencias de posicionarse en el espacio público desde la calidad de nuestros argumentos y no desde una especie de autoridad donde estaríamos instalados”.
Acerca de la participación de las mujeres en la Iglesia. “Creo que la Iglesia necesita que en todos sus espacios de discernimiento y de decisión puedan estar más las mujeres para que entonces aparezca una masculinidad más clara. Cuando estás solo entre hombres, el rango de lo que aparece es de una masculinidad empobrecida… varón y mujer a la par en todos los ámbitos de la Iglesia”.
A la pregunta: ¿Cómo imaginas una Iglesia no piramidal?. “Mientras más responsabilidad tienes, más se te va a exigir… Estas son las dos coordenadas para el ejercicio de la autoridad, no del poder… hoy en concreto, que bien le vendría a la Iglesia chilena salir de su camarilla, de sus disputas de poder y de las nominaciones de obispos para así ir donde están los invisibles… los que no cuentan… y cuando la gente pregunte ¿dónde está la Iglesia?, se responde: con los migrantes, con los mapuche (pueblo originario), aprendiendo con ellos”.
La Iglesia debe adecuarse a la realidad del siglo XXI
La cúpula católica debe escuchar a la sociedad
La Iglesia requiere estar más cerca de la gente