Reflexión de Alberto Lastra sobre la Catedral de Notre Dame

Cualquiera que haya estado en esta catedral extraordinaria, sabrá que la humanidad ha sufrido una pérdida incalculable. El edificio ha ardido de forma incontrolable, como alcanzado por la maldición de Jacques de Molay, el lider templario que maldijo a la realeza de Francia desde la pira.

Cualquiera que haya perdido la noción del tiempo contemplando los extraordinarios vitrales, y la luz que pasa a través de ellos, creando la sinfonía cromática más excelsa posible, sabrá que lo que ardió, no tiene repuesto.

El 15 de abril de 2019 es un día de luto enorme para la historia, la arquitectura, la cultura, la religión, la civilización. Por 800 años, esta maravilla gótica ha visto guerras y paces, catástrofes y glorias, horrores y más, incluido el suicidio inverosímil de Antonieta Rivas Mercado, devastada por la derrota amorosa de Vasconcelos. Pero esas son pasiones humanas y efímeras. Lo que ardió ahí, es un testimonio glorioso del talento humano, un edificio vivo de un significado tan grande, que hace palidecer el incidente de las torres gemelas.

Quiero pensar que fue un accidente y no un producto del terrorismo vandálico que sufre Paris, asolada por inmigrantes indeseables. De ser un acto de sabotaje, será un tema de guerra que trascenderá.

Los laboriosos franceses la reconstruirán. Recuperarán cada nervadura de nogal que sustentaba las intrincadas cúpulas, y cientos o miles de estudiantes y artesanos reconstruirán al detalle cada vitral perdido. Tomará muchos años, pero lo harán, no tengo duda. Y sin embargo, siempre será una maqueta perfecta del genial monumento.

El 15 de abril de 2019 es un día terrible para la civilización. Me duele mucho personalmente.

 

La monumental catedral en pleno incendio

 “El jorobado de Notre Dame llora la quema de su hogar”

 Por dentro, el excelso inmueble de más de 800 años

 

Así luce hoy el principal símbolo de París, Francia