Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas, Colaborador del Periódico Digital “El Ciudadano”.
Colombia vivió un día de fiesta nacional en la plaza de Bolívar de Bogotá con la toma de posesión de Gustavo Petro como el primer presidente de izquierda (Progresista) en la historia de ese país, el domingo 8 de agosto pasado.
Economista, exsenador, exguerrillero de 62 años. Para mostrar su apoyo al mandatario y expresar su confianza en que se concreten los cambios largamente esperados, acudieron de todo el territorio, sobre todo de las regiones indígenas y campesinas. Investido de manera simbólica por pueblos originarios, afrodescendientes y campesinos, un día antes le hicieron entrega de un documento con las aspiraciones populares: Paz en los territorios apartados, defensa del medio ambiente, protección de las minorías, cambios en las políticas de lucha antidroga, defensa de los derechos humanos, renovación de las fuerzas armadas.
“No podemos seguir en el país de la muerte, tenemos que construir el país de la vida”, proclamó el día que asumió la presidencia y prometió que “cumpliremos los acuerdos de paz total” y aseveró: “desde hoy empezamos a trabajar para que más imposibles sean posibles en el país, si pudimos, podemos”. En su discurso se comprometió a unir una dividida nación y luchar contra la pobreza, la desigualdad y el cambio climático, además de buscar la paz con la guerrilla y las bandas criminales.
El presidente del senado Roy Barreras le tomó juramento y le colocó la banda presidencial junto con la senadora María José Pizarro, hija de Carlos Pizarro, excandidato presidencial y excomandante de la desmovilizada guerrilla M-19, a la cual perteneció el ahora presidente. Carlos fue asesinado en abril de 1991.
Después de 6 décadas de violencia y conflicto armado, el Presidente de Colombia convocó a todos los grupos armados a dejar las armas y aceptar los beneficios jurídicos a cambio de la paz, a trabajar como dueños de una economía prospera, pero legal. Se comprometió a buscar alternativas jurídicas para las bandas criminales implicadas en el narcotráfico, que recibirían beneficios como rebajas de penas.
El mandatario también propuso una nueva estrategia internacional para combatir el narcotráfico: “Es hora de una nueva Convención Internacional que acepte que la guerra contra las drogas ha fracasado, que ha dejado 1 millón de latinoamericanos asesinados durante 40 años y que deja 70 mil norteamericanos muertos cada año por sobredosis. Que la guerra contra las drogas fortaleció las mafias y debilitó a los estados”.
Anunció que implementará planes para reducir el hambre en el país de 50 millones de habitantes, donde la mitad vive en la pobreza. Entre otras más cosas. Desde luego el mandatario dio posición a su vicepresidenta Francia Márquez, la primera afrocolombiana en asumir ese cargo, y quien juró lealtad ante la Constitución, el pueblo de Colombia y sus ancestros y ancestras “hasta que la dignidad se haga costumbre”.
Pero no será un cambio fácil. Habrá que sumarse al entusiasmo del pueblo hermano Colombiano ante la perspectiva de realizar los proyectos largamente postergados por el dominio político de las derechas. Se suma la existencia de una oligarquía refractaria al cambio y deseosa de más privilegios para mantener el control de su economía y firmes redes de intereses.
Será complejo desmontar las herencias nefastas de décadas de neoliberalismo para reconstruir el tejido social, desgarrado por el egoísmo y el individualismo como principios de vida. La existencia de otro gobierno que rompa inercias y que gire hacia la integración regional con sensibilidad social, siempre es ¡bienvenido!.
Gustavo Petro buscará reducir la desigualdad social en Colombia
El nuevo Gobierno pugnará por una integración nacional y regional