Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas, Colaborador del Periódico Digital “El Ciudadano”.
“¡Que dificil le va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios”. Los discipulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesus insistió: “Hijitos, ¡que dificil es para los que confian en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!…” Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: “Entonces, ¿Quién puede salvarse?”. Jesús, mirándoles fijamente, les dijo: “Es imposible para los hombres, más no para Dios. Para Dios todo es posible”. (Mc. 10, 23-27).
Hace 2000 años lo dijo Jesús de Nazareth, pero sus palabras tienen como siempre una actualidad que nos quita el piso, que nos cuestiona hasta llegar al tuétano. Toca lo profundo del hombre y llega ahora al mismo sistema socio-económico en el que vivimos en México.
La economía tiene hoy el desafío de articular un dato y un anhelo: el dato es nuestro egoismo y el anhelo es el bien común. Nuestro sistema económico actual parte del egoismo, que al entrar en contacto con los demás egoismos se convierte en un potente motor económico. Cada acto va buscando hacer crecer la riqueza personal. La acumulación de riqueza desarrolla otras capaciadades que facilitan hacer la competencia siguiente mejor. Y así continúa el proceso incansablemente.
Este sistema ha ido generando situaciones que provocan mucho malestar, con lo cual debilitan el sistema y cuestionan su legitimidad: los que menos tienen, continúan teniendo menos y los favorecidos acumulan cada vez más riqueza. Esto va creando el estallido social naturalmente.
La pandemia nos ha hecho reconocer que inevitablemente estamos vinculados y requerimos del aporte de todos para que el conjunto esté mejor. Pero el individualismo cultural parece estar demasiado enquistado. Lo que resulta más claro es convertir el crecimiento económico en sí mismo. Convengamos en que se puede tener una riqueza enorme y ocuparla para los fines más provechosos o los más siniestros. Al crecimiento hay que darle un fin que algunos llaman “desarrollo”, que no se termina de entender. Surge la pregunta: ¿ qué queremos llegar a ser?
Encontrando sentido a la vida de manera individual es antropológicamente imposible y más aún, conduce a resultados ecológicamente insostenibles y socialmente injustos. Un sistema economico responde a un diseño y reglas que nos damos en la sociedad, no es un resultado espontáneo.
Un buen diseño debe de hacerse cargo principalmente de lo que estamos llamados a ser. Un punto de partida necesario es reconocer que las personas tienen muchos intereses que van más allá de los intereses económicos de la mera subsistencia. Ser humano es mucho más que sola biologia que requiere satisfacer necesidades para crecer, reproducirse y sobrevivir. Ser persona es también pensamiento reflexivo, relaciones de afecto y cuidado, cooperación en el trabajo y espiritu abierto a la trascendencia. Podemos pedirle, entonces, a un sistema económico que fomente el altruismo, que se funde en la cooperación, que aspire a mayores relaciones y vínculos entre las personas. Se podrá decir que esto supera por mucho lo que puede dar un modelo económico y, en cierto sentido, es verdad.
La desigualdad social va en aumento a nivel mundial
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