Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas, Colaborador del Periódico Digital “El Ciudadano”.
La polarización es la característica de las economías latinoamericanas. En una palabra, América Latina es la región más desigual del mundo.
En México, tenemos tres tipos de desigualdades: la que hay entre clases sociales, preocupante; la que existe en el Sur de México como Chiapas, Guerrero y Oaxaca, con desigualdad profunda y tercera, la desigualdad entre géneros, notoria: en menos de una década 2 mujeres participan en el mercado laboral, en altos puestos.
La pandemia nos acercó esta realidad: no es difícil pensar hoy que un poco más de la mitad de los mexicanos vive en situación de pobreza, concentrándose ésta muy especialmente en el campo, en la población indígena y en el sur del país.
Por otra parte, la pobreza y la desigualdad son cosas distintas: hay naciones donde no existen los pobres, pero los ricos son muy ricos. Nuestro país tiene las dos desigualdades: muchos pobres y pocos ricos, pero inalcanzables.
Es cierto que en el mundo y por lo tanto en América Latina cada país cuenta con políticas y estrategias de acuerdo a su realidad específica, a su estructura y distribución demográfica, patrones culturales y a los recursos económicos e institucionales de los que cada gobierno puede echar mano para su desarrollo, sin embargo, la pandemia ha dejado expuesta la ausencia de coordinación multilateral; esto no habla nada bien de la Organización de Estados Americanos (OEA). La falla de coordinación es el resultado del desmantelamiento de instituciones como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), conformadas por gobernantes de signo progresista a partir de la década antepasada y atacadas sistemáticamente por las administraciones de derecha y ultraderecha.
En una declaración conjunta ante la actual situación migratoria y en el contexto del Covid-19, se han pronunciado los obispos católicos de México y Estados Unidos de las diócesis fronterizas y lo mismo el episcopado de Centro América, a fin de destacar que la mayoría de los migrantes que dejan su país “no está motivada por la indiferencia hacia su patria o la búsqueda de prosperidad económica, sino que es una cuestión de vida o muerte” y advirtieron que la “situación es aún más difícil para los niños”, por lo que solicitaron que se dé “especial atención a las poblaciones particularmente vulnerables como los infantes”.
Se pronunciaron por reformas que eliminan las causas que obligan a una inmigración peligrosa e irregular.
Sostienen “que los desafíos que enfrentan los migrantes requieren soluciones humanitarias” y que “todas las naciones comparten la posibilidad de preservar la vida humana y proporcionar una inmigración segura, ordenada y humana, incluido el derecho de asilo”.
Somos naciones que compartimos fronteras, indisolubles lazos culturales e históricos. Esto nos ayuda a comprender que la única estrategia viable pasa por encima de intereses mezquinos y fobias ideológicas.
La posibilidad de articular nos requiere. Esto sin duda es una situación compleja y desafiante de nuestra querida América Latina; requiere de muchos cambios, muchas esperanzas, de paciencia, de unir esfuerzos, de proyectos viables, de convicciones por el bien común.
La sociedad de América Latina se divide entre pobres y ricos
Centenares de pobres no tienen para comer y pepenan en basureros