Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas, Colaborador del Periódico Digital “El Ciudadano”.
“La vida del hombre no depende de
la abundancia de los bienes que posea”
(Lc. 12,15)
Existen dos crisis en la civilización moderna que parece que sobresalen de las otras: la ecológica y la social. Son causadas por el fenómeno de la depredación y porque unos viven a costa de los otros. Una contra la naturaleza y la otra contra la población humana.
La investigación actual y seria sobre este asunto económico se torna, sin pretenderlo subversiva, porque revela una situación de injusticia completa, feroz. Los estudios de investigación sobre la desigualdad social y la concentración de la riqueza se multiplican cada día (Laboratorio Sobre la Desigualdad Mundial con Sede en Francia y los reportes de OXFAM internacional).
El último reporte emitido este año por el Laboratorio nos dice lo siguiente: el 10 por ciento de los más ricos disponía de 52 por ciento de los ingresos y de 76 por ciento de la riqueza; la clase media tenía acceso al 35.5 por ciento y al 22 por ciento, respectivamente, y el sector empobrecido tan solo 8.5 por ciento de los ingresos y del 2 por ciento de las riquezas. Estos últimos representan la mitad de la población humana. (¡Unos 3900 millones de personas!). Si hoy los pobres disponen tan solo de 8.5 por ciento del ingreso global, en 1820 poseían 14 por ciento. La realidad es más clara todavía por que en esas fechas la cantidad de empobrecidos ascendía a más de 1000 millones y hoy son 4 veces más.
Esto mismo si lo analizamos desde otro lado, la evidencia es mayor. La pirámide global de la riqueza que publica anualmente el Credit Suisse festeja el aumento de multimillonarios en el mundo. Según el banco Suizo, el panorama actual está peor: el 12 por ciento más rico dispone de 84.8 de la riqueza mundial; la clase media de 13.7 por ciento y los empobrecidos de tan solo 1.3 por ciento. La idea de que hoy estamos mejor, de que vivimos en un mundo más justo, es una grosería.
Agregamos elementos a esta cruda realidad. Nos dice OXFAM, mientras las desigualdades aumentan, que cada 26 horas surge un nuevo multimillonario en el mundo. Estas diferencias contribuyen a la muerte de al menos 21 personas al día en el mundo; en otras palabras, una persona cada 4 segundos. Se trata de estimaciones basadas en el número de muertes causadas a escala mundial por la falta de acceso a servicios de salud, la violencia, el hambre y la crisis climática. Como se ve, son expresiones de la vida de los empobrecidos.
Y para colmo de esta dolorosa situación, se ha acelerado en estos dos años de pandemia de COVID-19: los 10 hombres más ricos del mundo duplicaron con creces su fortuna que ha pasado de 700 mil millones de dólares a 1.5 billones de dólares (a un ritmo de 15 mil dólares por segundo, o lo que es lo mismo, 1300 millones de dólares al día), durante los dos años de una pandemia que deterioró los ingresos del 99 por ciento de la humanidad y que ha empujado a la pobreza a más de 160 millones.
Después de estos datos, la situación actual es dramática y no hay manera de justificarla. La acción de justicia debería ser hoy día de carácter urgente y obligatorio por todos los gobiernos del mundo y las organizaciones internacionales ONU.
Sin embargo, las minorías que acaparan la riqueza del mundo (unos 600 millones) disponen de tanto poder (político, militar e informativo) que lo anterior resulta casi imposible. Parece ser que la suma de los seres humanos con conciencia permitirá dar un cambio a lo que es la peor desigualdad social de la historia actual.
La desigualdad social creció durante la pandemia del COVID-19
La brecha de la información es cada vez mayor entre ricos y pobres