Pro. Rigoberto Beltrán Vargas, Colaborador del Periódico Digital “El Ciudadano”
Metámonos al libro primero de la biblia y en sus primeros capítulos, se nos narra la creación: “En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra no tenía entonces forma, todo era un mar profundo cubierto de oscuridad y el Espíritu de Dios se movía sobre el agua”.
Entonces Dios dijo: “¡Que haya luz!” Y hubo luz. Al ver Dios que la luz era buena, la separó de la oscuridad y la llamó “día” y a la oscuridad la llamó “noche”. De este modo se completó “el primer día”. Y así continúa la narración de la creación… ¿Acaso Dios creó de la nada todas las cosas? ¿Qué significa, qué nos quiere enseñar la Sagrada Escritura con esta narración extremadamente bella?
Crear de la nada es un acto tremendo de armonía, es una acción excesivamente fabulosa hasta la paz. Había caos, Dios armoniza. El caos no es de Dios, la armonía sí, la paz también. Dios separa… pone orden… Entonces dijo: “ahora hagamos al hombre, se parecerá a nosotros y tendrá poder sobre los peces, las aves, los animales domésticos y salvajes y sobre los que se arrastran sobre el suelo”. Dios nos hace co-creadores, creadores con Él, armonizadores y esta tarea será todos los días. La creación es permanente, la paz una vocación, una tarea que no tiene fin.
Las cosas creadas tienen consistencia por sí mismas, nosotros somos administradores de ellas, no dueños, por lo mismo tenemos que respetarlas; entonces la creación subsiste por sí misma. Toda la naturaleza, los seres vivientes, todo es fruto de la armonía, de la paz, no la damos nosotros, existe en ella, dentro de ella. La paz no viene del exterior, nosotros ponemos, reunimos los elementos para que la paz fructifique. La paz es un don, está en todo nuestro ser. El don de la paz no se da, el creador es Dios.
El ser humano trabaja todos los días en la perspectiva de la armonía, entonces el pecado es el rompimiento de ella, el caos, el desorden en el ser mismo, en todo lo que toca; por lo tanto, es la ausencia de Dios. La creación no es para acaparar, sino para hacer más personas, más sociedad, para reconocernos como humanos, humanizarnos unos con los otros y en este humanismo descubrir a Dios en la misma humanidad. Ahora vayamos hasta Lucas y veámoslo en el capítulo 9. Pregunta Jesús: ¿Quién dice la gente que soy yo? La respuesta es de Pedro: “El Mesías de Dios”. Mesías es una palabra hebrea. En griego se dice Christós. En castellano, Ungido. Jesús es el Ungido de Dios, o sea aquel sobre quien Dios ha enviado su Espíritu, ungiéndolo con su fuerza para que lleve a cabo su misión. El breve diálogo termina con el anuncio de su muerte y resurrección.
Jesús manifiesta la verdadera óptica mesiánica. Él es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Lo que hace Dios es encarnarse. Lo que Él predica es el Reino de Dios, su Padre; todos nosotros, hermanos. Todo es posible por la muerte y resurrección de Jesús. La paz es asumir la causa de Cristo.
La motivación más profunda que podemos tener en nuestro interior y que necesariamente fluirá hacia el exterior, para aquellos que hemos hecho opción por el seguimiento de Jesús, será la construcción de la paz: “Mi paz les dejo, mi paz les doy”, es nuestra herencia. Para ser creíble, se deberá manifestar en cinco concreciones: la libertad, la justicia, la verdad, la solidaridad y el amor; naturalmente esto supone la tolerancia, el respeto y la aceptación.
Que la paz del mundo es el camino heredado por Dios
Justicia y amor, dos legados más del Gran Creador