Pbro. Rigoberto Beltrán Vargas,
Colaborador del Periódico Digital “El Ciudadano”…
Dos noticias relacionadas del país han confirmado que estamos pasando por una situación crítica. No nos sorprendieron, se veían llegar.
Hubo 555,247 empleos perdidos en abril; desde 1967, es el mayor descenso y se prevén en mayo más cifras negativas. Los analistas afirman que los efectos se manifestarán en el desplome del poder adquisitivo. La otra noticia: deportó Estados Unidos a 57 mil mexicanos en el primer trimestre de este año. Washington advierte que seguirá esa estrategia, “con o sin epidemia”. Contesta AMLO que la defensa de los connacionales es prioridad. Veremos lo que sigue después de estas declaraciones de ambos.
El virus actual trasporta no solo el contagio, sino varias tensiones. La primera es la sanitaria. Se trata ahí de retrasar lo más posible la cantidad de contagiados para evitar que las capacidades sanitarias sean rebasadas.
La tención económica. El efecto económico es más explosivo, el más determinante porque afecta directamente a los sectores productivos; el punto clave es ahora como se defienden los empleos. Cuando la población se encuentra en empleo formal, el asunto es cuánto está dispuesto a pagar el gobierno para sostener a los desempleados por la crisis y para sanear a las empresas más afectadas.
Cuando más de 60% de trabajadores están en la informalidad, es decir, son trabajadores por cuenta propia, informales sin remuneraciones y cuando millones más son subordinados y no cuentan con prestaciones, están vinculados necesariamente a la pobreza. Muchos por razones de sobrevivencia han tenido que asumir el riesgo del contagio para evitar su colapso económico.
La situación del desempleo en México es una carencia que no hemos resuelto y venimos jalando desde hace décadas, es una deuda histórica, pero ahora se estira más.
El desempleo genera necesariamente una inequidad y si esta es producto de una causa estructural estamos ante un problema del sistema social que no genera vida digna para millones de personas, lo cual está conformando un caudal permanente de violencia, violencia que tiene sus efectos dolorosos en todos los ámbitos de la vida, ya sea social o familiar.
Habrá que romper entonces esta dinámica y analizar las cosas desde un ángulo alternativo que apunte hacia integrar un imaginativo, un deseado que nos valla acercarnos a una economía solidaria al servicio del pueblo y donde el trabajo sea algo digno para los excluidos del mercado laboral.
Después de este tiempo de pandemia, no podemos decir que la tormenta pasó y que habrá que continuar sin más; este tiempo ha sido de reflexión, de disciplina y de búsqueda; ahora debe ser de cambio, de una actitud de compromiso para fortalecer un proyecto de vida que rechace el consumismo y recupere la solidaridad, que erradique la discriminación, disminuya la violencia contra la mujer en todas sus manifestaciones… como valores fundamentales, necesarios que sustenten “la nueva normalidad”.
Esta germinación necesita de tiempo. Está amenazada permanentemente por un mecanismo destructivo que se llama dinero y que desplaza del centro al ser humano, al hombre y a la mujer. Esto se llama dictadura económica en el campo social, cultural y político.
El sistema actual produce cosas, se compran, se usan y se tiran. Eso no es verdadero desarrollo, el verdadero desarrollo no se reduce al consumo, al bienestar de pocos, sino que incluye a todos los pueblos y personas en la plenitud de su dignidad.
La sociedad actual todo lo basa en el consumo
La pandemia dejará nuevos hábitos ante el capitalismo